¿QUÉ VALOR TIENEN LOS MIEDOS EN PEDIATRIA?
                                                               
Dra. Liliana Szabó
Médica Pediatra
Docente Libre de la A.M.H.A.


                En nuestra práctica cotidiana es muy frecuente que aparezcan distintos tipos de temor en nuestros pequeños pacientes. De por sí, la evolución humana implica atravesar y superar  miedos en distintas etapas de la vida. El lactante debe superar su miedo a caerse para poder caminar. Con la angustia del octavo mes, es necesario que aprenda a confiar en sí mismo como ser único y separado de su madre. Entre los 3 y 5 años  tiene que elaborar su complejo de Edipo y  por lo tanto dejará de temer la pérdida del padre o de la madre y logrará finalmente compartir su amor en triángulo.
                También a esta edad toma consciencia de la condición mortal del ser humano y el miedo a su propia muerte o a la muerte de sus seres queridos lo lleva a un largo proceso que elaborará a través de interminables preguntas y de su propia observación del fenómeno de la muerte en la Naturaleza, o tal vez con la pérdida de algún ser querido o alguna mascota. Pueden observarse a esta edad actos aparentemente crueles de matar insectos sin necesidad o encerrarlos en frascos para verlos morir.
                Todo lo temido provoca a veces una intensa atracción y fascinación en el ser humano. Es por eso que podemos observar niños pequeños avanzar peligrosamente hacia el mismo fuego en que se han quemado. Otras veces la reacción después de un susto es opuesta y se convierte en una verdadera fobia, o sea un miedo desmesurado y desproporcional a la causa que lo provoca.
                Ya en el comienzo de la adolescencia hay que superar el temor al propio crecimiento: “¿cómo  será mi cara, mi aspecto, mi físico?, ¿llegaré a ser alto algún día?, ¿gustaré a los demás?, ¿habrá alguien que pueda enamorarse de mí?”. Muchas veces las fobias que aparecen a esta edad tienen directa relación con el temor a crecer, a ser responsables de su propia vida, a perder el amparo de papá y mamá.
                Una vez terminado el colegio, comienza el miedo a insertarse en el mundo adulto. Y así sigue la vida: una serie interminable de pequeños o grandes desafíos ante los cuales podemos reaccionar con miedo, parálisis y huída, o, con coraje y autoconfianza.
                Evidentemente cada persona se siente afectada con distinta intensidad  por las circunstancias que debe atravesar. En el niño cada etapa madurativa puede quedar marcada con algún temor si durante este período se presentó algún factor desencadenante externo que fijara los miedos propios de cada edad.
                La pregunta es: ¿cuándo tenemos que considerar un temor como síntoma homeopático válido y repertorizable y cuándo es mejor dejar de lado el temor en sí y tratar de descubrir cuás es el síntoma mental que está detrás del miedo?
                La simbología universal muchas veces nos ayuda, pero otras veces nos puede llevar a caminos muertos, ya que cada símbolo puede tener diferente interpretación según las vivencias de cada persona. Una víbora puede simbolizar el mal o el pecado o nuestra muerte si nos muerde, pero por otro lado puede ser nuestra salvación al alimentarse de insectos que puedan ser venenosos para nosotros. Toda situación y todo símbolo puede tener más de una cara o enfoque. Veamos el ejemplo de Mariano, de 4 años, quien es traído a la consulta por ambos padres en estado de desesperación. Han observado que su hijo usa reiteradamente un vestido de su madre de color rojo y están aterrorizados por la posibilidad de que sea homosexual.  Interrogo al niño a solas y le pregunto en secreto quién es él cuando se pone el vestido de mamá. Me contesta muy orgulloso: “Soy Supermán”. Con este ejemplo quiero graficar la importancia de no quedarnos con el miedo formal, ej. a las tormentas, a los perros, etc. Preguntemos siempre “¿Porqué tenés miedo a...? ¿Qué significa para vos...? ¿Qué pasaría si te enfrentaras con...? Etc.
                Un niño de familia muy religiosa tenía pánico a las tormentas. Al preguntarle porqué, me confió que una empleada le había dicho que los truenos aparecían cuando Dios estaba enojado porque él se había portado mal. De manera que el síntoma a repertorizar acá no era el miedo en sí sino tal vez la ansiedad de consciencia, o la religiosidad, o el temor al castigo.
                Es tan amplia la exploración de la vida del paciente que debemos hacer para comprender sus miedos, que muchas veces nos lleva años encontrar la clave. Tomemos el caso de  Lorena, a quien atiendo desde los 7 años. Esta niña siempre presentó un terrible miedo a crecer que se evidenció claramente con el comienzo de la pubertad. No quería menstruar. Se angustiaba y se enojaba terriblemente si hablaban del tema. Tenía problemas de adaptación en la escuela y muchos celos si su papá se mostraba cariñoso con su mamá. Respondió parcialmente a Pulsatilla, Natrum muriaticum y Sepia hasta que un día, a los 11 años, la mamá comenta en la consulta delante de su hija, que si ella hubiera tenido un solo hijo, prefería mil veces un varón. Ahí comprendí el miedo a crecer de Lorena, su temor a convertirse en mujer y a no ser querida por su madre, su tremenda falta de autoconfianza y su orgullo que no le permitía buscar afecto y apoyo y la hacía enojar permanentemente. Con Lycopodium, luego de 2 meses logró contarme que había menstruado (en la consulta anterior me lo había negado rotundamente) y se largó a llorar por primera vez delante de mí aceptando consuelo.
                Veamos qué pasa con los temores a cosas físicas y concretas. Por ejemplo, el miedo a los animales. Éste es uno de los síntomas que más debemos repreguntar. Muchas veces es uno de los padres el que tiene miedo y lo inculca, o algún hermano. Es importante explorar la intensidad y pedir un detalle completo de la reacción del niño frente a un animal en la calle. No es lo mismo que el niño diga “tengo miedo” pero siga caminando, a que se aferre a su madre a los gritos o la obligue a cruzar la calle..
                Juan, de 7 años, tenía mucho miedo a los perros. Al preguntarle porqué, me respondió: “Porque si lo toco me puede morder y me puedo enfermar de rabia y morirme”. Taché de mi lista de síntomas repertorizables “temor a los perros” y lo reemplacé por posibles opciones, tales como “temor a enfermedad inminente”, “temor al contagio”  y “temor a la muerte”.
                El famoso “temor a la oscuridad”, es completamente normal entre los 2 y los 5 años, ya que coincide con la aparición de pesadillas y la elaboración de la idea de muerte. Generalmente no lo repertorizo en estos casos salvo que adopte la forma de crisis de pánico.  Es común que los niños pidan la luz prendida para dormir. Es raro que el temor a la oscuridad sea puro, en la mayoría de los casos es un temor a lo que pueda haber en lo oscuro, tal como monstruos, fantasmas, animales, extraterrestres, ladrones, etc, con lo que nuestra Repertorización cambia de orientación. Un niño de 3 años no quería que apagaran la luz “porque había un lobo en la cocina”. Otros niños tienen visiones terroríficas en la oscuridad y algunos contestan simplemente que es “porque no pueden ver”, lo que nos haría pensar en un posible “temor a la ceguera” .
                Para finalizar, recordemos que el miedo puede ser  una expresión concreta con un objeto real o puede ser una expresión simbólica de un contenido del inconsciente que no se atreve a ser expresado.